Relato de una Navidad
Por Eduardo Martínez
Me encontraba en Miami en una Navidad, no hace más de 10 años. En ese entonces pesaba más de 100 kilos, tenía algo de barriga, y la barba larga ya empezaba a ser blanca.
Recuerdo que estaba haciendo una fila a la espera que me atendieran en la taquilla de un banco en la ciudad de Miami. Faltaban unos pocos días para la Navidad, y el banco estaba atestado de clientes.
Súbitamente se me acercó un niño muy pequeño. Se me quedaba viendo y daba discretamente vueltas a mi alrededor. Hasta que, armándose de valor y colocándose a una distancia prudencial, me preguntó con gran inocencia: ¿Tú eres Santa?
Sus padres se alarmaron. Y fueron a buscarlo. Luego de jalarlo por una mano, le dijeron: “no molestes al señor”, y tuvieron a bien pedirme disculpas.
Esas palabras me sacaron de mi sorpresa. Confieso que me habían dejado en neutro, porque no me lo esperaba. Atiné a decir: No señora, déjelo que haga su pregunta. Además, no hay que pedir disculpas porque es un honor que me lo haya preguntado.
Es así como bajó la tensión inicial. Entonces, dejaron que el niño regresara. Acercándose me volvió a preguntar: ¿Tú eres Santa?.
No le contesté ni Si ni No. Simplemente le repregunté ¿cómo te llamas? ¿qué edad tienes? ¿dónde estudias?
Él contestó rápidamente mis preguntas, y noté que estaba ansioso por decirme los juguetes que quería pedirle a Santa.
Sin embargo, antes de decirme que pediría, me adelanté a preguntar lo que siempre preguntamos a los niños en estas situaciones: ¿Cómo te has portado? Los niños invariablemente contestan: “bien”.
El niño estaba muy contento. Se veía en sus infantiles ojos. Me dijo en baja voz sus peticiones. Finalmente pidió a sus padres una foto conmigo. Me imagino que luego se la mostraría a sus amiguitos con gran orgullo.
Cuando los padres se acercaron para agradecerme el gesto que había tenido con su hijo, rápidamente le susurré en voz baja lo que el niño esperaba de Santa en Navidad.
En los días sucesivos, esta situación se repitió varias veces. Los niños más pequeños me saludaban y decían: “Santa, Santa, ahí está Santa”. Y no hay mejor cosa que eleva el ánimo que ver la sonrisa y alegría en un niño.
Eso me llevó a pensar que debía llevar caramelos en los bolsillos. Pero deseché rápidamente la idea, ante estos tiempos de paranoia. No podemos animar a los niños a que tomen caramelos de extraños, aunque estos se asemejen a Santa.
En estas breves conversaciones, a raíz de niños que me confundían con Santa, siempre se iniciaban de la misma manera: “No molestes al señor”. Ante lo cual se me ocurrió decir en tono jocoso: “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Una expresión copiada de los textos bíblicos. Todos reían y entonces se establecía la conversación con el niño o la niña.
Créanme que me pasó muchas veces en esa Navidad.
Exactamente al año siguiente, pasamos la Navidad en Caracas. Mi nieta mayor tenía año y medio, y a mi hija y a mi esposa les pareció -recordando lo sucedido un año antes- qué el día 25 de diciembre me vistiera de Santa y le entregará los regalos a mi nieta. Así lo hice. Fue increíble. Nos tomamos muchas fotos. Mi nieta me llamaba Santa, y yo estaba más que orgulloso.
Para la Navidad siguiente, cuando me preparaba para hacer de Santa otra vez, mi hija y mi esposa me lo prohibieron.
Resulta que estábamos en los días anteriores a la Navidad. Ya habían comenzado a transmitir las propagandas navideñas por TV. Y mi nieta, con un año más de vida, cada vez que veía las propagandas decía: Mami, el Nonno , el Nonno…. es el Nonno.
Fin de la historia. Ya no fui Santa más nunca. Luego perdí peso y se acabó cualquier posibilidad de ser Santa otra vez.
Si bien ha pasado casi una década de mi experiencia de dos temporadas como Santa, no he dejado nunca de pensar en esos hechos que endulzaron mi vida en dos Navidades. Son un recuerdo inolvidable, aunque siempre me ha intrigado de cuál ha sido el mecanismo, lo que significa para los niños y el por qué ha ocurrido.
Bueno, con los años he aprendido que lo importante no es entender las cosas en el momento. Sino que lo importante es que logremos finalmente captar su importancia.
Lo primero que decimos es que los niños al verme “me confundieron con Santa”. Hoy en día pienso que no es una apreciación correcta. Los niños no se confunden. Confundir no es el verbo a ser utilizado.
Los niños descubren a Santa, en personas que tienen los rasgos más significativos de Santa. Y al descubrirlos, hacen realidad sus ilusiones en un período del año en que Santa viene a traer los regalos.
Feliz Día de Navidad
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