
Por Eduardo Martínez
María Teresa Castillo fue una gran mujer, no por haberse casado con un gran escritor como es Miguel Otero Silva. Fue una gran mujer por valor propio. Y la longevidad le permitió demostrar esa grandeza en su justa dimensión.
Nacida en Cúa, hace casi 104 años, un 15 de octubre de 1908, desde pequeña vivió en Caracas. Donde se abrió paso en momentos que eso era impensable para una mujer.
María Teresa quiso ser periodista y lo fue. No se contentó, en la Venezuela de mitos y complejos del gomecismo, ser un adjetivo más. La sociedad venezolana de los años 20 y 30 del siglo XX, no veía con buenos ojos a una mujer que expresara sus pensamientos más allá de la cocina de su casa. En eso fue una pionera. Por lo que tuvo que soportar con gran entereza las consecuencias: cárcel, exilio, persecuciones. Como fue el caso de sus detenciones durante el gobierno de Eleazar López Contreras, a finales de los años 30.
Tal vez sea bueno recordar un corto episodio en su vida, cuando emigró a los Estados Unidos luego de los acontecimientos de 1928, en búsqueda de trabajo. Regresaría en 1935, unos meses antes de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez. El contraste, entre el primer mundo y un país casi feudal, debió haberle impactado de manera positiva.
Otra de las características de María Teresa fue el no escudarse como mujer y persona tras una familia o una profesión, para no expresar sus opiniones, ideas y afinidades políticas. No rehuyó nunca el compromiso que generaba esa manera de pensar. Lo asumió sin grandes cálculos. Se podía no estar de acuerdo con lo que pensaba, pero no podía objetarse su honestidad intelectual.
En la historia del periodismo venezolano, María Teresa Castillo ocupa un puesto de relevancia. Es una de las primeras mujeres en tomar la calle como reportera. Las páginas de Últimas Noticias, tan lejos como desde 1941, atesoran los primeros reportajes de María Teresa. Luego, por razones obvias, colaboraría con el diario El Nacional.
Sin embargo, del patear la calle como reportera, de estudiar en las aulas de la escuela de periodismo, y del contacto con la gente común y corriente, ya fuera por la actividad política o del contacto con ese mundo que rodeaba a su marido, fue que María Teresa logró insertarse en lo que sería su gran pasión: la cultura.
Es en el mundo de la cultura, probablemente en todas sus facetas y aristas, que en María Teresa Castillo marcó una impronta imborrable en la sociedad venezolana.
Las ideas estaban en su cabeza. La actitud había nacido con ella. La determinación la materializaría en 1958, cuando asume la presidencia del Ateneo de Caracas. De allí en adelante, la cultura no sería la misma en Venezuela. María Teresa desarrollaría un movimiento cultural que abarcó el teatro, la música, el canto, la danza, las manifestaciones plásticas, bibliotecas, conferencias, festivales y desataría las nuevas tendencias artísticas. Todos tenían cabida, todos tenían derecho a expresarlas y disfrutarlas.
Los ateneos se expandieron por el país. Iniciativas que siempre contaron con su apoyo.
Con el tiempo el paso de los años le fue retirando paulatinamente del diario acontecer. No por ello dejó de apersonarse en lo cultural.
Hace unos 10 años coincidimos en las funciones inaugurales de un grupo de teatro universitario. Una de sus nietas formaba parte del grupo. En efecto, era la actriz principal. Mi hija mayor producía y se encargaba de la iluminación.
Antes de entrar a la función, intercambiamos algunos comentarios. Me atrevo a recordar que nuestra percepción fue la de cualquier padre que asiste al colegio a ver una representación cultural de fin de curso. Lo que quedó fuera de lugar una vez se apagaron las luces, y se encendieron los reflectores sobre las tablas. El montaje fue impecable. La actuación de Alejandra, fue de una naturalidad y profesionalidad que rayó en la excelencia.
María Teresa no pudo contener las lagrimas. No podía creer lo que veía. Una nieta suya era actriz de teatro. Lo hacía bien, excelente.
Conversamos ampliamente al salir de la puesta en escena. Confesó que había oído en casa de la experiencia teatral de Alejandra. Creyó que era una cosa de muchachos, dijo. Pero que esa noche sentía que su dedicación de tantos años al teatro, brindaba sus frutos. Una nieta suya seguía sus pasos, y seguramente iba a llegar más allá de lo que ella había llegado. Así lo expresó esa noche con gran satisfacción.
Luego la conversación, obligada por la realidad del país, nos llevó al terreno de la política. Al tanto de su vieja amistad con Fidel Castro, no pude contenerme en preguntar sobre lo que pensaba. Quedé impresionado de la claridad de su mente e informada que estaba, a pesar de su avanzada edad.
Me dijo, palabras más palabras menos, que ella estaba muy agradecida a Fidel Castro, porque les había tendido una mano a su esposo Miguel Otero Silva y a ella, en momentos muy difíciles. Que siempre le estaría agradecida por ello. Que sin embargo, por otra parte, ella le criticaba el no haber cambiado y evolucionado para bienestar del pueblo cubano.
Casi de 100 años, María Teresa seguía teniendo ese espíritu crítico, para ponderar con autenticidad, y esa lengua imparable para expresar sus opiniones, características ambas que le habían caracterizado desde su juventud.