Hay que invertir para ganar

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Por Eduardo Martínez

En estos tiempos de presunta “recuperación económica”, el venezolano debe discernir entre el ganar y el invertir. Son dos verbos que forman parte de los emprendimientos. Pero que deben ser considerados en un orden distinto al que se vienen empleando, porque entre ambos aparece el verbo “perder”.

El ser humano aprende por imitación. Es decir, viendo y oyendo lo que otros hacen. Es lo que ha venido ocurriendo con una serie de emprendimientos, que han deslumbrado a potenciales inversionistas a meterse en negocios.

Cuando se conversa con estos empresarios en ciernes, surge siempre la palabra “inversión”. Te señalan cuánto les costará invertir, las facilidades que observan para ello. Sin embargo, cuándo se les pregunta cuánto van a ganar, se quedan mirando al techo y te llegan a decir: mucho dinero, mucho dinero, sin mayor sustento de cálculo financiero.

Esto me recuerda lo que decía el profesor George Kastner del IESA en los años 80. “El empresario venezolano sigue siempre la política techo: se queda mirando al techo, y luego te dice cualquier cosa”, palabras más, palabras menos.

Es así como con un dedo de la mano, lo moja de saliva en su boca, y lo levanta por encima de su cabeza para ver de dónde viene el viento. Hacia allí meterá sus realitos, propios del ahorro o de un préstamo, y se embarcará en un emprendimiento donde la única cifra real -que tendrá clara- es del monto de la inversión. Cuánto ganará, lo desconoce.

En las escuelas de negocios o gerencia, se aprenden -por estudio- de muchas experiencias, teorías y prácticas. Ya no es por imitación. Es por aprendizaje de las experiencias de otros.

No es que todo esos que se aprenda, pueda repetirse. Cada país y sectores dentro de un país, tienen sus características propias y particularidades. Sin embargo, hay casos en los cuales los principios gerenciales se han vuelto casi universales. Lo que los incluye en una especie de “librito del beisbol” del inversionista.

Dicho esto, regresemos al dúo ganar-invertir. Dos verbos entre los cuales se encuentra -desafortunadamente- otro verbo: “perder”.

No hay que invertir en las modas de lo que todo el mundo está invirtiendo. Algo así sucedió en la época pre y post de la pandemia. Todo comenzó con la escasez creciente a partir del 2016. Como para ese momento, todos teníamos familiares o amigos viviendo en los Estados Unidos, surgieron emprendedores que con poco vieron la oportunidad de vender papel toilet, pañales, vitaminas, chocolates, etc. Bienes de poco precio, y que en una semana se los traían “puerta a puerta”.

Por supuesto que empezaron a ganas dinero. Se crearon las condiciones para que la importación fuera fácil. “Todos, en la red de importación, mordían algo del negocio”.

Luego vino la pandemia con la cuarentena. Por meses se cerraron los negocios. Solo podían abrir los que vendían alimentos. Todos los demás, debían estar cerrados. Por esa medida “sanitaria”, los comercios establecidos se vieron en la necesidad de reconvertirse en “bodegones”. Podían abrir.

Los bodegones se esparcieron por todas partes. En los locales, lanzaban hacia atrás lo tradicional: ropa, zapatos, quincallería, electrodomésticos, etc, y en las vidrieras y los primeros estantes, mostraban toda una gama de productos de bodegón.

Así es como a finales del 2021, En áreas comerciales, por ejemplo, como el centro de Caracas, La Candelaria, Sabana Grande, Chacao, San Martín, Catia -entre otros- había decenas de bodegones. El mercado se saturaba de la oferta, y la demanda era la misma, al punto que a finales de diciembre del 2021, un frasco de Nutella y de otras delicateses se ofertaba a menores precios que en el exterior.

Para febrero del 2022, la mayor cantidad de esos bodegones había desaparecido. Quienes se habían metido en esta actividad para poder abrir, ya no lo necesitaban. A parte de que habían descubierto, que ya no era negocio. Y quienes habían alquilado locales para abrir un bodegón, cerraban uno tras otros porque el negocio “no daba”.

También, en esta etapa proliferaron los cafés, los restaurantes y las taguaras de venta de comida.

En las zonas populares, las fritangas de precios “solidarios”. En las zonas de alta clase como Las Mercedes, los restaurantes de lujo y altísimo precio.

Hemos visto, como en estos años hay una gran mortalidad de restaurantes. Resulta que hay un estudio de una universidad de California -EEUU- de la década de los 80s, que al estudiar los ciclos de vida de las empresas pudo reducir el tiempo de estudio a unos pocos años. El estudio en cuestión encontró que los restaurantes eran las empresas de vida más corta, y que, para su estudio era ideal. Tenían el mismo “ciclo de vida” que las empresas de 50, 100 ó más años de vida.

Así, estudiando qué había pasado con los restaurantes fallidos, podían descubrir porqué habían cerrado.

Entonces, no debían estudiar 100 años de la vida de una empresa, sino que escogiendo bien los restaurantes cerrados, podían en no menos de 3 años culminar el estudio del ciclo de vida.

Todas la empresas, emprendimientos o proyectos, tienen un inicio, un desarrollo y un resultado. Donde se experimenta una fase de aprendizaje, crecimiento, estabilización, fase de equilibrio, y muerte (para aquellos que tuvieron que ser cerrados).

Lo importante de este estudio, aparte de enriquecer la metodología de investigación, es que todo lo que tiene que ver con restaurantes y alimentos, es que estos emprendimientos tienen la vida más corta. Lo que puede salpicar otros sectores del comercio, como el de la línea blanca, etc.

Regresando a Venezuela, y dejando quieta las teorías, encontramos que los inversionistas venezolanos han venido obnubilándose con las luces de los negocios de comida abierto en las zonas geográficas de lujo, y una decena de vehículos de 100 mil dólares parados en las puertas.

“No es un tiro al piso”, sino que puede ser el borde del precipicio. Eso lleva a una sana y simple consideración: hay que fijar la atención en dónde se puede ganar -lápiz y papel contable en mano”, y no en la simple idea de “invertir” porque todo el mundo lo está haciendo.

editor@eastwebside.com

Fotografía cortesía elpitazo.com

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