Por Eduardo Martínez
No es menuda tarea el reto de recomponer la economía venezolana. La dimensión de la crisis es un 50% más de lo que se pensaba. Los datos están ahí, y no lo veíamos.
Según funcionarios de la ONU, ya están contabilizados cerca de 7,8 millones de venezolanos que se fueron.
Los que se fueron, no comen en el país, no utilizan los servicios, no van a los hospitales y dispensarios, y sus hijos no van a las escuelas, liceos y universidades.
Ese éxodo significa que casi 8 millones de personas dejaron de consumir bienes y servicios.
Sin embargo, mientras venezolanos huían por las fronteras, la escasez de bienes producidos en el país nos dejó sin medicinas, sin papel toilet, toallas sanitarias, pañales, leche en polvo, harinas, productos del agro, la carnes, y otros productos de la cesta básica.
Estadísticamente, si emigraron un tercio, los dos tercios que nos quedamos en Venezuela, debíamos haber tenido un tercio más de productos. Lo que no ocurrió. El aparato industrial manufacturero estaba despareciendo y reduciendo el uso de su capacidad instalada.
Según Conindustria y Consecomercio, los gremios empresariales nacionales, las fabricas habían pasado de 12 mil empresas a principios de 1999, a menos de 3 mil; y además, trabajando por debajo del 30% de la capacidad instalada.
Es así, como se descubre que el impacto de la crisis era y es mayor de lo que se veía y se ve en la actualidad. Lo que nos demuestra que siempre hay que hurgar más allá de la frías cifras y de las estadísticas.
Posterior al 2016, los estudios de Caritas señalaron que en poco más de un año el peso promedio de los venezolanos se había reducido en 10 kilogramos por persona.
Este hallazgo, un eslabón perdido de la crisis, contestaba la pregunta o inquietud que se generaba cuando nos decían: si la gente no come, se muere, y la gente no se está muriendo. Cierto, pero el peso promedio nos indicaba que los venezolanos no se alimentaban, y el dato faltante en la ecuación era la pérdida del peso.
Con un creciente éxodo de venezolanos, empezaron a llegar al país las llamadas “remesas”. Ingreso de divisas que los emigrados enviaran a sus familias -dejadas atrás- para que se alimentaran y tuvieran algo de dinero para cubrir un mínimo de gastos.
Las propuestas
Cualquier propuesta de solución tiene en su complejidad la necesidad de que el Estado garantice la alimentación a los venezolanos. A lo cual hay que añadir: salud, educación y la seguridad. Este último con una connotación distinta a la actual.
En el sentido que el gobierno pone su énfasis en la “seguridad de Estado”. En tanto lo que se requiere es garantizar la seguridad de los venezolanos, tanto en su persona, como en su actividades y habitat.
Una visión telescópica de los problemas, como inflación, crecimiento de la economía, protección de la moneda (anti devaluación), debe considerar el atacar de manera simultánea la alimentación, seguridad, educación y salud de la población. Lo que no será fácil.
La fórmula adoptada por el gobierno imperante ha sido bonificar los ingresos de los trabajadores, amen de las llamadas “misiones”, y algunos subsidios de los servicios básicos y del tipo de las bolsas “Clap”.
Esta política no es otra cosa que regalos, dádivas, que al final, terminan siendo ineficientes, objetos de corrupción, y que en verdad, no satisfacen a nadie.
Frente a esta política actual, deben surgir alternativas que resuelvan el problema original, y que no se transformen en parte de problemas mayores.
Lo que hasta ahora no hemos visto en las propuestas que comienzan a ventilarse, es la generación de empleos. Una solución que apunta a las causas y que cambia de manera digna la relación de los venezolanos con su ingreso, que pasaría depender de su trabajo realizado y no de dádivas que otorga el Estado.
De esta manera, el venezolano agregaría con su trabajo “valor” a lo que hace. Lo que beneficiaría a la totalidad de la sociedad, y que también, activaría los mecanismos de una economía productiva y creciente.
Consultamos algunos expertos. Nos señalan que según sus cálculos preliminares, se estima que hará falta general unos 10 millones de puestos de trabajos. A parte, de que se debe considerar que esos puestos de trabajos deben tener una remuneración acorde con lo que cuesta la cesta básica familiar. Lo que no es fácil.
La industria y el comercio
Hacer funcionar el aparato productivo venezolano, también va a requerir que el Estado invierta en los servicios básicos. Entre los cuales destacan el agua y la electricidad. Dos industrias que no satisfacen ni al comercio ni a la industria, y mucho menos a los venezolanos en sus residencias.
Las cifras, de los estimados de inversiones necesarias para recuperar la infraestructuras del agua y la electricidad, alcanzan decenas de miles de millones de dólares.
Solo con agua y luz en cantidad y calidad necesarias, la industria podrá competir, los comercios podrán distribuir, y los venezolanos podrán disfrutar de un nivel de calidad de vida digno.
¿Y de dónde vendrán los reales para esto?
Ese es el mayor problema. Pero como todo reto, deberemos resolverlo.
@ermartinezd