Por Eduardo Martínez
¿Quién no se recuerda haber visto el episodio de un niño que se tira al suelo llorando histéricamente? Algo que suele ir acompañado de pataletas, gritos y malacrianzas.
Un hecho que generalmente se genera por la pretensión del infante de salirse con la suya, porque quiere que le compren una golosina o juguete, o simplemente porque no se quiere ir de un lugar, y muchas veces, porque insiste en que el juguete de otro es suyo.
Mayor es el objeto, lugar o lo que quiere, mayor y más tiempo consume el berrinche. Lo que se vuelve molesto para todos aquellos que presencian el espectáculo.
Al principio, los padres tratan de calmar al niño con cariño, llamándolo -no a la reflexión, porque la edad no le da para eso- pero si con promesas, y apurruñándolo en muestra de cariño.
Pero muchas veces, eso no es suficiente para calmarlo. El niño insiste y profundiza en sus caprichos de malacrianza.
“Eso es mío. Yo me lo gané. Es mío y de nadie más”, y recurriendo a una descomunal fuerza para su tamaño, con el fin que no le quiten lo que él cree que tiene derecho a tenerlo.
Hasta que los padres, muchas veces, o se lo llevan arrastrándolo a pesar de los gritos y pataletas, o simplemente sacan del recuerdo de las abuelas una buena dosis de psicología infantil de antaño, dándole una buena ración de nalgadas.
Bueno, como que en nuestros días eso es lo que falta: una buena dosis de psicología con una zaparapanda de nalgadas.
Por lo visto, como que así vamos.
@ermartinezd
Muy BUENO…!!!