“A mi no me importa quién gane, después de todo yo me dedico a mi negocio”, suelen decir comerciantes y hombres de empresa, cada vez que la diatriba política alcanza un punto alto de conflictividad. Eso incluye los momentos electoral.
Resulta que no es así. Es la consabida postura del avestruz, que ante el peligro, prefiere meter la cabeza en un hueco para no ver nada. Aunque hay otros, como describiría un Premio Nobel de Economía de visita en Caracas hace unos años, que son como las focas “que siguen aplaudiendo al gobierno a pesar de tener el agua al cuello”.
El resultado de las elecciones, importan y mucho. Sobretodo en un país como Venezuela, que tiene una profunda crisis económica y un régimen de 14 años continuos.
Diagnóstico
Más allá de entrar en una discusión, sobre la culpabilidad del régimen en el estado de la economía, basta con diagnosticar los males.
En estos momentos, Venezuela presenta la inflación más alta de la región, y una de las más altas del mundo. La tasa de cambio del bolívar está controlada y desequilibrada. En calle se vende a cuatro veces la tasa oficial.
En febrero se devaluó el bolívar en un 46%, para ubicarlo a la tasa de 6,30 por dólar. Luego el gobierno inventó el SICAD, sistema complementario, que en la única subasta realizada hasta el momento, y por solo 200 millones de dólares, se pudo conocer que las ofertas pisaron el terreno de los 15 bolívares por dólar.
La industria, en general, está a media máquina por efecto de la escasez de materia prima nacional e importada. Desde octubre no les asignan divisas, y desde principios de noviembre no se las entregan.
Los entes gubernamentales, desde que en diciembre se conoció de la gravedad terminal del ex presidente Chávez, han estado sin dirección ni decisión. Nadie sabe quién manda. Van a la buena de Dios, y siguiendo la inercia que traían cuando Chávez gobernaba desde el Aló Presidente. Programa dominical de “variedades” presidenciales, donde el mandatario daba órdenes públicamente a sus ministros y principales colaboradores. No faltando las amenazas e instrucciones de persecución a sus adversarios.
Las cifras del desempleo están “tapadas” por unas estadísticas oficiales que ya no se maquillan. Reputados estadísticos y economistas advierten que “se inventan”.
El rebusque, término empleado para calificar ocupaciones temporales y etéreas, agrupa por lo menos a la mitad de los venezolanos en edad de trabajar. Otra buena parte de la población, sobrevive con la teta de las misiones. No tienen seguridad social ni prestaciones laborales.
La infraestructura del país está en el suelo. Autopistas, carreteras, puentes, túneles, puertos y aeropuertos, tienen una operativa relativa e inadecuada, al faltar el mantenimiento y la ejecución efectiva de nuevas inversiones.
El servicio eléctrico es insuficiente e infrecuente. Las zonas industriales son castigadas por apagones en las horas de producción. La calidad de la electricidad, vista en variaciones al voltaje y a la carga entregada, daña equipos y artefactos en industrias, comercios y residencias.
La seguridad no está garantizada en sus dos vertientes: la personal y la jurídica. Nadie tiene seguridad que sus bienes e intereses estén protegidas por el Estado. Nadie tiene seguridad para su vida y sus bienes. El venezolano vive la angustia de la inseguridad total.
La educación es afectada a diario por los vaivenes de las decisiones gubernamentales. Desde febrero, con el cuento de las exequias presidenciales, se perdieron casi dos semanas de clases. En abril, el proceso electoral se llevó por delante cuatro días más, por ahora.
El ambiente laboral, no es menos bueno. Las leyes y reglamentos que entran en vigencia en abril, no permitirán que la industria venezolana pueda competir en los mercados internacionales. Las medidas son antiproductivas. No favoreciéndose ni las empresas ni los trabajadores. No hay equidad laboral.
El suministro de las materias primas básicas, como el acero y el aluminio, es escaso. Muchas empresas que agregan valor al aluminio de Guayana, se han visto obligadas a cerrar. No les venden el aluminio local y tampoco le dan los documentos necesarios para poder importarlo.
Se pudiera extender el diagnóstico. Pero si se revisa cada sector de la economía nacional, las conclusiones llevarán a lo mismo. Nadie quiere invertir en actividades productivas, a menos que sea una actividad especulativa o se cuente con el dinero del Estado.
La inversión privada es mínima, la extranjera es inexistente, a menos que esté amparada por acuerdo de Estado a Estado.
Días antes de las elecciones del 14 de abril, la principal preocupación de los principales bancos de inversión, no era quién ganaría las elecciones. Sino que sí en los próximos meses Venezuela seguirá pagando sus compromisos de deuda, o si por el contrario entra en “default”.
En este contexto, por supuesto que los resultados de las elecciones “si tienen que ver” con la economía y los negocios. El serrucho está trancado. ¿Resolverá una extensión del régimen estos problemas o se aferrará al dogma ideológico?
Las respuestas a estas preguntas quedan en suspenso. Las dudas sobre las transparencias del proceso electoral, cierne sobre Nicolás Maduro un manto de ilegitimidad. Las cosas no están claras. Así lo amanecieron viéndolo analistas y los mercados de valores este lunes. Los valores bajaron en su cotización, el riesgo país creció. Los gobiernos de las principales potencias industriales lo advirtieron. En tanto, uno aplauden y otros meten la cabeza en un hueco para no ver que pasa.