Una cosa es cómo llegamos a esta situación de crisis y miseria en la que se encuentra Venezuela. Otra, es qué alentó o permitió que esto ocurriera.
En anteriores editoriales analizamos cómo se fraguó esta situación. Sin embargo, eso fue posible por el silencio –hacer mutis- del liderazgo venezolano ante lo que sucedía ante nuestros ojos, previo a 1998.
Es mucho pedir una sanción judicial, y tal vez es imposible esperar una sanción moral. Pero quienes metieron la mano en la cosa pública, y se hicieron millonarios con los bienes públicos, por lo general no fueron sancionados en justicia. Siguieron con sus negocios, aquí o afuera, y con declararse “opositores” al gobierno de turno, tuvieron suficiente.
Antes o ahora, Miami, Bogotá, Panamá, Dominicana y Madrid, han sido los refugios dorados de estas personas. Algunos de ellos, regresan fugazmente al país sin que los organismos de justicia se interesen en sus casos.
Socialmente, tampoco ha existido una sanción social. Siguen siendo socios de prestigiosos clubs privados, socios y accionistas de empresas y hasta escriben en la prensa. Todo, como si no pasó nada.
Los venezolanos siempre sentimos cariño por los perseguidos. Aunque no todos los perseguidos sean iguales, y de que muchos de ellos no merezcan el calificativo de perseguidos políticos.
También, en las décadas anteriores a 1999, tuvimos por costumbre ver hacia otra parte, por aquello de la solidaridad con los amigos, y para no facilitarle el trabajo a los enemigos comunes. Ahora no es distinto.
Esa ha sido la manera que hemos tenido para esconder la basura bajo la alfombra. Ni más ni menos. Es hora, por las consecuencias de esas faltas de sanciones, que debemos empezar la llamada “tolerancia cero”, y empezar a buscar debajo de las alfombras. No debe haber redención sin sanción y sin arrepentimiento.
Eduardo Martínez
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