Balance general Sector Agrícola 2020

Por Jorge Guzmán Peñalver

Hemos sido lanzados a niveles de atraso e insuficiencias socioeconómicas más deprimentes que en los años 50 cuando con 5 millones de habitantes y más de la mitad de población rural, el campesinado rudimentario, desprovisto de derechos sobre la tenencia de la tierra, cultivaba pequeños espacios rústicos, llamados conucos, para la subsistencia precaria de su familia. De acuerdo con Aristimuño Herrera & Asociados, en 2020 el PIB de Venezuela descendió a 18.000 millones de dólares, lo que significa un ingreso per cápita de apenas 642,86 dólares, en base a 28 millones de habitantes, en comparación con 1.256 dólares de 1950, hace 70 años, cuando nuestra población era apenas 5 millones de habitantes y por ser Venezuela el principal país petrolero de América Latina y según Asdrúbal Baptista, tenía un PIB de 21.038 millones de bolívares, lo que significa 6.280 millones de dólares, puesto que al cambio de la época eran 3,35 bolívares por un dólar.

Podría admitirse que en aquella Venezuela depauperada, sin una infraestructura importante de soporte, baja industrialización, 60.0% de analfabetismo, la población mayoritaria sufriera los rigores de alta escasez, baja producción, carencia de agua potable, electricidad y transporte, entre otros de los males que sufrimos a diario. Después de superar el alto nivel de atraso y pobreza histórica de aquellos tiempos, en que solo un segmento mínimo de venezolanos que vivían en el pequeño casco central de las ciudades, con agua potable, electricidad, cloacas, aseo urbano, escuelas y hospitales, no es concebible que se retorne a las condiciones de las barriadas populares, sin ninguna clase de servicio y a los campos rurales abatidos por la miseria.

En este momento político que vivimos, dentro de una modalidad distinta, pero con patrones similares, se agiganta la brecha social entre los pocos que tienen mucho y las mayorías que no tienen nada. Los sectores populares están regresando a su origen social y las carencias históricas de la Venezuela pobre y depauperada, en la ciudad y el campo, se perfilan como la esencia de una estructura con una minoría excluyente de las mayorías. En el caso de los campesinos, éstos han sido lanzados a regresar a sus conucos o deambular por los campos y a convertirse muchos de ellos en asaltantes de caminos, brazos caídos dependientes de las limosnas precaristas que les otorga el Estado o de simples minifundistas de policultivos de subsistencia familiar que intercambian una auyama por una mano de topocho.

Dentro de esta situación catastrófica, en 2020 la producción agrícola observó un descenso de 32,4%. Dicho descenso se suma al cuadro negativo sostenido que viene afectado al sector desde 2012, cuando los efectos de las prácticas oficiales de confiscaciones de fincas en producción y las invasiones compulsivas de parcelas y tierras potencialmente productivas, comenzaron a revelarse al generar gran impacto en la estructura de producción. El valor de la producción agrícola primaria en 2020 descendió a 900 millones de dólares, mientras los costos de producción se elevaron a 7.0% por encima de dicho valor, es decir 963 millones de dólares, ubicándose el PIB agrícola en 5% del PIB total.

Tomando en cuenta la tasa de crecimiento demográfico para 2020, la población venezolana debería ubicarse en cerca de 34 millones de habitantes. Sin embargo como resultado de la diáspora se estima en 28 millones, por lo cual, en referencia a esta población, la producción agrícola apenas cubrió el 12,22% de la demanda nacional de alimentos, si consideramos que dicha demanda se circunscribe a los patrones de consumo evolutivos exigidos por la población, en su contexto cultural alimentario.

Hacemos referencia a una crisis estructural de la producción en la que varios factores coadyuvan, en el descalabro de este sector de la economía, la cual bien pudiéramos llamar, Bancarrota, si no fuera porque el término corresponde más

exactamente al área financiera. Entre los factores negativos consecuencias de las prácticas oficiales, en este proceso de deterioro cada vez más marcado de la producción destacan (1) descapitalización del empresariado agrícola; (2) desempleo acumulativo creciente; (3) altos niveles de informalización en la producción; (4) reducción de los rendimientos y (5) aumento de la dependencia de las importaciones de alimentos y por tanto severos desequilibrio en la balanza comercial agrícola.

-Descapitalización. La empresa agrícola ha perdido sostenidamente su infraestructura, tales como instalaciones físicas, maquinarias y demás instrumentos de producción, en un contexto en que la tierra ha perdido valor comercial, tanto por la inseguridad jurídica impuesta por la interpretación de la Ley de Tierras, cuando el reconocimiento de la propiedad agraria territorial privada es ambiguo, y por tanto, es presa fácil en la amenaza de invasión compulsiva y anti jurídica, quedando devaluada como garantía para créditos bancarios. Sumado a esa situación de afectación directa de las unidades empresariales de producción, la infraestructura colectiva, lo que el Ministro de “El Milagro Agrícola” Felipe Gómez Álvarez, llamara el Agro Soporte, como vialidad, riego, silos, sistemas de secado de granos, investigaciones y transferencias de tecnología, se han reducido de manera sustancial.

-Desempleo. La tasa de desempleo en el sector rural agrario supera el 70,0% tanto a nivel de empleo fijo, como a destajo u ocasional. Este factor de gran incidencia negativa ha incrementado la inseguridad y delincuencia e influido en la migración y desplazamiento poblacional, igualmente en el cierre de la mayoría de las empresas de servicio a las fincas, aumentando la desocupación rural conjunta y pauperizando aún más de lo que han sido históricamente las poblaciones rurales marginadas de la producción formal.

-Informalización. Como resultado de la escasa rentabilidad así como de la producción a pérdida que carga sobre sus hombros un importante segmento de productores, la pequeña unidad de producción, es decir el minifundio de policultivo donde se incluye el conuco tradicional y la parcela rústica, se ha incrementado y convertido en la base de un precario sistema de transacciones en mercadillos locales de sub consumo de productos que en este modo de relaciones, no se pueden calificar de mercancías y por tanto no generan renta al productor. En estas relaciones de intercambio informal predomina el trueque como en el siglo XIX y primera mitad del XX, expresión de artículos aprobados por el ojo y la necesidad perentoria. De esa manera el productor informal campesino, para sostener su pequeña unidad de subsistencia utiliza la práctica de rotación de la tierra o el cambio periódico de cultivos.

-Bajos rendimientos. La empresa agrícola primaria se ha fragmentado desde el punto de vista de su operatividad y producción, afectando severamente el monocultivo empresarial, puesto que el productor antes organizado, trabaja ahora en un espacio más reducido, alquilando parte de sus tierras o realizando contratos de medianería o tercería, como parte de la asfixiante urgencia por darle alguna utilidad colateral a sus tierras. Pero también aunque mantiene un nivel de monocultivo de muy pequeña escala, aprovecha ciertos espacios para cosechar otros rubros que en alguna medida le sirven de paliativo en situaciones urgentes. Es el caso por ejemplo de los productores de maíz que destinan la parte “más grande” de su producción para arrimar algo a la industria procesadora pero venden a puerta de finca una parte de maíz tierno para cachapa o también crían cerdos o fundan un conuco en alguno de los espacios en los que antes se cultivaba el cereal solo para la industria.

Esta severa contracción de la producción genera por antonomasia bajos rendimientos. En ello dos factores determinan el descenso de los rendimientos y la renta por cultivo y unidad de producción. En primer lugar, la escasez y el precio descontrolado de los insumo para la producción, tales como semilla certificada, fertilizantes, herbicidas, repuestos para maquinaria, medicinas veterinarias, semilla para pastos, mautes, entre otros; en segundo lugar, el ahorro de costos, lo que ha llevado a muchos productores a prescindir de muchos servicios y usar combinaciones inadecuadas en las dosis

de fumigaciones o aplicaciones fuera de las indicaciones técnicas, además de prácticas improvisadas con marcados rudimentos cuyas consecuencias inciden en mermado control de las plagas destructoras y patógenos microscópicos.

-Dependencia de las importaciones. Históricamente Venezuela ha sido un país de una importante dependencia de los alimentos importados, lo cual se refleja en un porcentaje significativo de alimentos frescos acondicionados, productos elaborados o semi elaborados y en la mayoría de los insumos para la producción, indicadores de que gran parte de nuestra producción agrícola formal interna ha sido siempre un ensamblado y por tanto un bajo o cuando más mediano valor agregado nacional. Sin embargo entre 1970-2002, sobre todo por el esfuerzo de los productores, agro técnicos y algunas políticas publicas consistentes, la dependencia de las importaciones de semillas certificadas, agroquímicos, complementos para la fabricación de fertilizantes, medicinas veterinarias, huevos fértiles, pollitos bebe, mautes y tecnología de investigación directa, descendían a un ritmo apreciable año a año, hasta que tal proceso se fracturó inusitadamente y la dependencia de los insumos importados regresó a los niveles de los años 1950 y 1960.

A pesar del papel secundario del sector agrícola en la mentalidad y la planificación del Estado, desde el predominio de la economía petrolera, algunos rubros, con el manejo y las tecnologías adecuadas, en varias ocasiones arrojaron cosechas con buenos excedentes que permitió una importante introducción en algunos mercados de afuera. El caso del arroz, el pollo, las musáceas, el atún, frutas y productos pesqueros, constituyen importantes experiencias de que nuestro sector puede generar divisas, reducir el nivel de dependencia de las importaciones y constituirse en una de las palancas del desarrollo.

Sin embargo la realidad nos indica, que la producción basa su existencia y reproducción en el nivel de renta. Una renta de subsistencia que solo alcance al empresario para sus gastos familiares no se puede prolongar más allá de cierto tiempo, por eso la renta debe apuntar hacia el ahorro o capitalización de la empresa. A pesar de lo puntualizado antes, en su conjunto, nuestra producción agrícola ha estado la mayor parte del tiempo dentro de un ritmo de baja capitalización por lo cual el crecimiento del sector ha sido lento y poco competitivo frente a los productos que entran al país y su capacidad de expansión hacia afuera se ha mantenido, frenado. Aunque ha existido el predominio de una rentabilidad baja, en un marco donde unos productos son rentables y atractivo producirlos, otros han requerido de subsidios para mantenerse, nunca había ocurrido una situación en que los costos de producción estuvieran por encima del valor de la producción. Como este comportamiento en la relación producción-venta se viene generando desde hace unos años, 2020 no podía escapar de esa anomalía. En este contexto solo una minoría de productores obtienen algún margen el cual no va más allá de la cobertura del gasto familiar, motivo por el cual, no hay capitalización en el sector y por el contrario el productor no tiene capacidad para reponer los bienes deteriorados o inoperativos.

Consumo. Las importaciones de alimentos, después de llegar a niveles por encima de la capacidad de consumo, entre 2005-2011, en lo que incluso se llegó a la pérdida en contenedores llenos y la destrucción de grandes volúmenes de alimentos importados, desde 2012 comenzó un descenso sostenido, al punto de que entre 2014-2020, se está importando mucho menos de lo que representa el déficit de la producción interna. Los años más críticos han sido 2018, 2019 y 2020, años de altos déficit en la producción y niveles de importación por debajo del 60%.

La demanda requerida de alimentos en 2020 se estimó 15.983.850 Tm. Sin embargo la producción fue solo de 1.953.410,5 Tm, lo que representa el 12,22%. Eso significa que de 570,85 Kg/hab., sólo se produjeron 69,76 Kg/hab. El asunto reside ahora en que el déficit agroalimentario de 14.030.439,5 Tm., era necesario cubrirlo con productos importados. Sin embargo aunque no manejamos cifras exactas, sabemos hasta ahora que la cantidad de alimentos que se importó en 2020, según algunas informaciones, fue menor de 60,0%. Esto revela un problema severo de escasez.

Soportes: Aristimuño Herrera & Asociados, Baptista Asdrúbal (Estadísticas 1.950-55); Mundo Agrícola, Agropolítica. 22 Asociaciones agrícolas regionales, muestro de Estimados de Cosecha y producción final MAT; muestra en base a 672 Guías de movilización e información de empresas receptoras de cosecha.

Próximamente iremos ampliando la información agrícola y haciendo referencia con detalle sobre cada uno de los sub sectores y rubros específicos de la producción. JGP Ene 04-01-21

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