Por: Víctor Maldonado C.
La literatura sobre la “Conducta de Ciudadanía Organizacional” es profusa y para el caso venezolano esta circunstancia es una buena noticia. Frente a los reiterados ataques a los derechos de propiedad y las constantes presiones que se ejercen sobre las empresas, son muchas las preguntas y muy escasas las respuestas atinadas sobre cómo enfrentar ese peculiar tipo de turbulencia. Algunos han pretendido que la mejor arma es la regulación pragmática del perfil público. Para este primer grupo, algunas veces tiene sentido estar presentes y en otros momentos no. A veces vale la pena fotografiarse en grupos y el resto del tiempo no dejar ningún rastro. Llamemos a esta “estrategia” la gerencia del miedo. El segundo grupo apuesta al retorno de la inversión social en forma de apoyo ciudadano. Se supone que luego de un esfuerzo deliberado y sistemático de apoyo a las comunidades, ellas estarán muy interesadas en defender a un aliado natural. Esta segunda opción estratégica bien pudiera catalogarse como la “gerencia de la reciprocidad”.
Pero esta vez vamos a concentrarnos en un tercer grupo, las empresas que apuestan a la construcción de relaciones de ciudadanía organizacional. Eran Vigoda-Gadot, profesora de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Haifa en Israel, escribió un singular artículo sobre este tema: “Compulsory Citizenship Behavior: Theorizing Some Dark Sides of the Good Soldier Syndrome in Organizations”. Además de hacer una exhaustiva revisión de todas las aproximaciones teóricas al tema, advierte contra un peligro que pudiera estar presente en el momento venezolano actual, cual es que no se puede ni se debe presionar la asunción de este tipo de conductas porque conducen a los resultados contrarios que se persiguen. Se supone que un trato justo y el cuidado por mantener la satisfacción laboral conducen a una retribución que se expresa en conductas “extra-rol”, que basadas en la buena voluntad, contribuyen a mejorar la eficiencia, la efectividad, la cohesión, el altruismo y la colaboración. El trade-off no es necesariamente causal, pero podría terminar siendo la razón por la cual los trabajadores valoran la relación de trabajo hasta el punto que no dudan en salir a defender la empresa frente a cualquier ataque externo.
Pero no se puede forzar. Nadie es un ciudadano a juro. Por lo tanto, lo peor que se puede hacer es obligar la simulación de la conducta mediante una supervisión abusiva, la persuasión coercitiva o la presión de los pares. Cuando se sustituye el proceso por un hecho de fuerza ocurre todo lo contrario a lo previsto. Se hacen presentes cualquiera de las opciones de la mala conducta organizacional, un set de posibilidades que van desde el incremento de problemas personales, de abuso en la relación entre la gente, de productividad, el sabotaje o robo, y la constitución de grupos o “clanes mafiosos” dentro de la organización. Por lo visto en este caso la ingeniería social acelerada tampoco funciona.